Hace unos días, en mi casa las huestes se acomodaban para ver la Super Bowl. Unos en directo sin temer a las ojeras, y otros en diferido, que se madruga y no es cuestión. Son muy fans de la cosa y siempre me llaman para que vea un touchdown, el kickoff o no sé que de las yardas.
Yo les digo que sí, finjo entender el juego y me vuelvo a la cocina a picar cebolla. De un tiempo a esta parte, cada vez que me llaman me imagino a esos tíos, brutos como ellos solos, excesivos en sus brazos y en sus nalgas, corriendo abrazados a una Crock Pot que solo sueltan cuando llegan a la zona de anotación.
Y no, no se debe a una indigestión de alubias y guisotes, es que desde que descubrí que hay una gama de slow cookers dedicadas a la NFL vivo sin vivir en mí. Y luego decimos que si el fútbol en España, que si La Liga, La Roja y la madre que nos parió.
Pero no, aún no somos capaces de exigir a los fabricantes nuestra freidora de Atleti, la batidora del Barça o la Thermomix del Recreativo de Cuenca. No somos nadie, los estadounidenses sí que saben y para muestra un botón.
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